Tras varios años experimentando un importante crecimiento del enoturismo en España (así lo confirman las últimas cifras del número de visitantes recibidos en bodegas y museos arrojadas por el Observatorio Turístico de RVE), los profesionales del sector nos hemos llevado un importante jarro de agua fría con la crisis del COVID-19.
Bodegas, museos del vino, alojamientos hoteles, restaurantes, agencias receptivas, guías turísticos, comercios y todas las empresas integrantes de las Rutas del Vino se han visto obligadas a cerrar sus puertas y bajar la persiana paralizando por completo su actividad durante unos meses, en una situación sin precedentes, cuyo impacto real todavía desconocemos.
Esta cuestión ha provocado unos efectos devastadores para el sector turístico en general y el enoturismo en particular. A la suspensión de los ingresos derivados de las pernoctaciones, visitas, experiencias, reuniones, convenciones, incentivos, etc., se suma el cierre de la hostelería (uno de los principales canales de distribución del vino), la caída de la actividad exportadora y el desplome de las ventas directas de vino y otros productos locales que compran los propios visitantes en bodegas y comercios.